Portada
Título: Tierra de CaciquesSubtítulo: Relatos del Área del Cuarto
Autor/a: Sofía
Índice
Capítulo 1 – La situación de LailaCapítulo 2 – Laila
Capítulo 3 – La saga de los Perlà
Capítulo 4 – Catalina
Capítulo 5 – Sanchina
Capítulo 6 – La Guardia del Sombrero Negro
Capítulo 7 – ¿Abuso de poder o represalia descomunal?
Capítulo 8 – ¿Quién es Nicolás?
Capítulo 9 – El arresto
Capítulo 10 – El cumplimiento de la pena
Capítulo 1 — La situación de Laila
En un lugar de cuyo nombre prefiero no acordarme, había un cuarto.
Un cuarto pequeño, húmedo, con olor a lejía y a secretos mal ventilados. Allí ocurrían las situaciones más soslayadas, esas que todo el mundo conoce pero nadie se atreve a mencionar.
En aquel espacio trabajaba un hombre llamado Gastón. Por sus maneras y su ego desbordado, recordaba al personaje de La Bella y la Bestia, solo que, esta vez, sin Bella. Gastón era rudo, machista y posesivo. El tipo de hombre que se siente poderoso solo cuando alguien tiembla frente a él. Digno —si la ironía lo permite— de un “homenaje” a su propia miseria.
Cierto día, mientras nosotras cumplíamos con las tareas encomendadas, Gastón paseaba en el coche oficial: un vehículo blanco con el logotipo de la empresa pintado a los costados, como si el nombre de la institución lavara sus pecados.
Se detuvo donde estaba Laila y le dijo:
—¡Sube!
Ella subió.
Tardó en regresar.
Cuando volvió, estaba afónica. Me preocupé y le pregunté qué había pasado, pero no respondió. Durante un instante nos miramos frente a frente. En ese breve silencio, una lágrima resbaló por su rostro mientras el desconcierto se me instalaba en el pecho.
Catalina se acercó, con su aire travieso, y preguntó:
—¿A dónde fuiste?
—Al Cuarto —respondió Laila, y no dijo más.
Tuvo náuseas. Corrió al baño. Catalina la siguió y yo detrás. Laila vomitó un líquido blanco, espeso, que me dejó helada. Le ofrecí agua; Catalina sostenía su frente, intentando consolarla. Al rato, las dos se rieron, como si quisieran borrar lo ocurrido con una carcajada forzada. Luego se reincorporaron a sus tareas, y yo, aliviada por verlas de pie, volví a mi trabajo.
Pero no pude olvidarlo.
Laila había sido prostituta. Lo seguía siendo, aunque aquel día no había ido a vender su cuerpo. Gastón lo había comprado igual.
Laila tenía cáncer de ovarios. Gastón lo sabía. Y aun así, tuvo la desfachatez de “tomar prestado” su cuerpo durante un rato.
Desde entonces, tengo a Gastón atravesado entre ceja y ceja.
Por eso… y por algunas cosas más.
... CONTINUARÁ...

Comentarios
Publicar un comentario